El Vigilante II

Al volver en sí, le pareció que estaba echado sobre una cama, además de inmerso en una penumbra. Sentía un fuerte dolor de cabeza, lo que, combinado con su estado de relajación, no le invitaba a levantarse de su cómoda postura. Dudaba entre levantarse o no cuando un súbito mareo le convenció para mantenerse acostado.
A pesar de ello, le acosaban las dudas y las preguntas acerca del lugar en el que se encontraba. No sabía cómo había llegado hasta allí ni en qué momento, incluso tenía dificultades para situarse en una hora determinada, además de no tener referencias de qué es lo que hacía en un momento anterior a su despertar en esta extraña habitación, porque intuía que estaba en una habitación.
Sentía calor y al tocarse la frente se dio cuenta de que estaba sudando, poco a poco iba recuperando el control sobre su estado externo, a continuación, se percató de que tenía los labios resecos, como si fueran de papel. En un gesto reflejo trató de mojarlos con la punta de su lengua, pero esta no respondió, parecía pegada al paladar y ni siquiera pudo a continuación provocar un movimiento de deglución en su garganta por si las glándulas salivales fuesen capaces de excretar alguna humedad tan necesaria. Se alarmó al constatar esta situación tan anómala y observó que no sentía su brazo derecho. Al intentar moverlo, le acometió un dolor lacerante y agudo como si le mordieran y desistió en su empeño, conociendo así que al menos estaba a su lado.
Con la mano izquierda, como había hecho hacía unos momentos, volvió a quitarse el sudor de la frente y comprobó, con un fuerte escozor al rozarse la ceja izquierda, que esta había sufrido algún accidente. Por la cara le corría una costra seca hasta el cuello que debía ser sangre que había manado en abundancia.
Hacía mucho calor y con su mano izquierda se animó a explorar, tocando el suelo del que irradiaba calor. También comprobó que la estructura de la cama era metálica e igualmente caliente. Trazó un arco con el brazo, no encontrando ningún obstáculo a su alrededor, ni hacia los lados, ni hacia la cabecera, ni hacia los pies.
No había ropa que lo cubriera y la superficie de la cama era firme y adaptable a su cuerpo, y al más mínimo movimiento que realizara, pocos hasta el momento presente. Advirtiendo esta cualidad de la cama, hizo un leve movimiento contrayendo las piernas y halló una respuesta inmediata de la firme superficie que cedía hacia arriba a la vez que liberando calor se refrescaba. Permaneció todavía un rato acostado, a la vez que sus ojos se acostumbraban a la penumbra, comenzando por distinguir en primer lugar su mano al acercarla mucho a los ojos.
En el techo se adivinaba una leve claridad que era la causante de la penumbra que reinaba en la habitación.
Fuera de esta penumbra, no se traslucía nada más ni se dejaba sentir nada. Reinaba a su alrededor el silencio más increíble. Pensó que estaría muerto, pero el zumbido de la sangre corriendo por sus arterias y sus venas le garantizó que estaba vivo, salvo que ese zumbido fuese una ilusión post mortem.
La claridad anterior, después de unos minutos que le parecieron eternos, aumentó sensiblemente y ahora creía discernir unos mínimos puntitos que fueron aumentando con exasperante lentitud; pasado un rato aseguró para sí que eran estrellas, y tras otro rato más, empezó a reconocer que formaban parte de un cúmulo exorbitante de luces lejanas y frías, como si se tratara de una galaxia.
Mientras que la claridad aumentaba por un lado de lo que ya había bautizado como lucernario en el techo, el calor había aumentado sensiblemente y la sed se le hacía cada vez más apremiante.
Se incorporó dispuesto a explorar la habitación, sintiendo como una especie de tirón hacia atrás que luchaba por retenerlo sobre la cama, pero con un pequeño esfuerzo se incorporó sintiendo un mareo a la vez que unas arcadas le subían desde el estómago como si fuera a vomitar.
Al poner los pies en el suelo sentado todavía en la cama, volvió a sentir el mareo a la vez que una sensación de levedad se apoderaba de él. Incorporándose sobre sus pies descalzos, volvió a sentir el calor que antes había notado con la mano; su brazo derecho le dolía, pero no más que antes. Pero, ¿qué era esto? Parecía pesar menos, o creía sentirse más ligero, ¿estaría soñando? ¿Cuál era la razón por la que estaba descalzo? Tocándose tuvo conciencia de que iba vestido con su ropa interior. ¿De dónde venía?
Dio unos pasos llegando enseguida a una pared que también parecía metálica y tenía la misma temperatura que el suelo. Tenía que ser muy prudente en sus desplazamientos para no chocar con las paredes que pudo comprobar estaban muy cercanas. No le costaba nada realizar cualquier movimiento, era como si pesase menos.
La claridad del lucernario había aumentado por el lado que anteriormente se adivinaba crecer, y poco a poco fue ocupando la casi totalidad del mismo.
¡Ah sí, era la luna! ¡Se lo acababan de preguntar sus amigos! Es la luna les repitió, ¡es la luna dormid!
¡Dormid! Pero sus amigos no estaban en el prado. Y él, ¿no estaba en el prado…?
La luna de cara conocida, no era la luna apacible. Fue aumentando de tamaño hasta que ocupó todo el lucernario y más. Estaba a punto de estrellarse, ahora sabía contra quién. Contra la amada tierra que le abría los brazos azules y blancos.

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