Fatum

Existe una frontera entre un mundo imaginario y el nuestro, más que una frontera clara, es una intersección provocada por un irreal y doloroso cuchillo que actúa en el subconsciente, es una abertura insondable en un plano de fantástica existencia.
De la misma manera, inaprensible, por lo difícil de hallarlos, se encuentran en antiquísimos manuscritos reveladoras afirmaciones y testimonios, escritos en lenguas y grafías olvidadas, sobre la localización de un enlace o puerta de comunicación con el mundo mágico.
Cuando en las tardes solitarias del invierno declina rápidamente la luz, anunciando la noche inminente entre el silencio unas veces, o el aullido otras, del viento que intenta desesperadamente entrar en la casa, azotando incansablemente la puerta del norte o atacando las ventanas, y colándose al fin a través de rendijas insospechadas. Es en esos momentos de íntima meditación y soledad, durante los que se puede advertir lo indefinible. Durante los que en aquella tarde pude apreciar una pequeña deformación en uno de los muros de la estancia, como una suave oquedad a duras penas percibida.
Precisamente en aquellos instantes esenciales, en los que la luz anunciaba su veloz retirada, en esos y no en otros, se abrió ese nexo a través del que acceder al mundo mágico e imaginario en el que aquella tarde, algo apartada ya en el tiempo, conseguí adoptar una apariencia no humana que me fue dada y, sin posibilidad de elección, en el instante en que atravesaba el encuentro entre dos universos paralelos.
La apariencia en que me hallaba era la de un paisaje sublunar, como en el centro de un cráter frío, y cueva a la vez, desde la que se me presentó la posibilidad de viajar hasta un mundo paralelo al de aquella tarde que ya había quedado atrás, desaparecido entre el viento y el frío de la luz menguante. A ese mundo subterráneo, o sublunar, ignorado, inexplorado, en el que se debían esconder o vivir su existencia todavía, los seres y los animales de leyenda, a ese mundo fui llegando con relativa sencillez. Solamente había que seguir una doctrina para establecer comunicación con lo que me rodeaba, solo era necesario ser como un niño o en su defecto mantener el espíritu abierto y una mente adiestrada.
El entrenamiento en soledad de muchas tardes permitía a mi mente hacerse pequeña y cobijarse en el hueco de un grano del enlucido de la pared, por esa razón y otras que no vienen a cuento, comenzaban a notarse como unas vibraciones a nivel mental que interpreté como anunciadoras de que los habitantes extraños, que en aquel momento me estarían vigilando, probablemente me consideraban inadecuado y no grato para que se permitieran ponerse en contacto conmigo.
Me dejé llevar por mi mente, que vagara a su libre albedrío, y así se sucedían monótonos paisajes de polvo estéril en el que quedaban marcados los caminos errabundos de mis huellas al volver a mirar hacia atrás. Por otra parte, aun no teniendo ni percibiendo idea alguna del paso del tiempo, ya hacía mucho que habían desaparecido los elevados bordes de lo que me parecieron, al principio, las paredes de un cráter. Pasó mucho o poco tiempo, un tiempo sobre el polvo gris, que duró como una noche en vela, o una noche con fiebre, hasta que sin aviso previo se descubrió ante mí, como si fuera niebla que se diluye, el polvo de una ladera y pude leer bajo el manto descubierto, escrito con piedras, la palabra fatum.
Fatum, fatum… Recordé el latín aprendido hacía muchos, muchos años, en el mundo paralelo, tantos que no merecía la pena contarlos. Fatum, Hado, destino. Había llegado a la tierra de las criaturas fantásticas y etéreas, al mundo de hermosas mujeres protectoras de la naturaleza, a la tierra de la imaginación, de las creencias populares, al fabuloso y mitológico mundo de las hadas, al mundo de todos los pueblos ancestrales.
Como los antiguos deseé conseguir una visión impalpable para contactar con ellas, las Áes Sídhe de los celtas, las Ninfas o las Drúades de los griegos… Sabedor de que estas son como seres semi-divinos que viven entre su mundo, y el otro paralelo del que había conseguido llegar.
Por lo emocionante de la situación, la misma, le jugó una mala pasada a mi mente entrenada, pues cuando creía conseguir una conexión importante con la naturaleza y con los relatos en que se las representa como mujeres no muy altas, de aspecto humano, de piel blanca, de ojos claros y pelo negro o rubio muy largo, en aquel momento en que intentaba recordar el poder de las leyendas, las hierbas, la juventud, la belleza y el acúmulo de riquezas… Al cabo de aquel momento, la puerta del norte se abrió con estrépito, golpeándose con violencia al ser empujada por el viento, y me caí de nuevo en el sillón desde el que —cuando aún era de día—, había viajado hasta Fatum.

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