Sistema límbico

Al principio era como un roce apenas sentido, más bien una sensación incómoda aunque no del todo, era como algo inexplicable que nos sucede cuando nuestro sistema límbico está en otra parte, cuando está, podríamos decir, desconectado de la realidad que nos rodea. Era como si verdaderamente en aquel momento, las estructuras cerebrales que gestionan las respuestas fisiológicas ante aquel estímulo emocional, estuvieran en otro sitio distinto del que deberían estar.

Volvía a repetirse aquel roce, más bien aquel desasosiego desconocido que provocaba a la vez un sentimiento plano, un sentimiento nulo que no conseguía contactar con estructura de ningún tipo, ni relacionada con la memoria, ni con otro tipo de instinto, ni con el miedo, ni con la agresividad, no tenía referencia en ese instante de la propia personalidad no había una orden o una decisión conductual a la que aferrarse.

Ahora tras lo que parecieron unos minutos, ¿o unas horas?, la sensación una vez despierto, ¿estaba dormido?, ¿o soñaba?, volvía a repetirse y parecía hallar una respuesta en el hipotálamo del cerebro. Si era verdad lo que decían los manuales, en él se daban las reacciones que más se involucraban en la regulación de las emociones, así pues sin saber de qué punto le llegaba la orden, decidió levantar el embozo de la cama mirando hacia los pies.

Entre la oscuridad caliente de la misma parecía rebullirse allá abajo. Algo de un aspecto cálido, recubierto de lo que parecía al tacto de los pies, un pelo lanoso, joven, reciente. Algo había allí imperceptible pero de un volumen considerable que se retorcía con satisfacción, como desperezándose.

No se atrevió a encender la luz de la lámpara de la mesita de noche por temor a que le asaltara de nuevo la sensación incómoda del principio, era mejor dejarla dormir, reposar, silencio, silencio…

Pero volvió de nuevo y esta vez con más fuerza. Sintió como si unas garras aceradas juguetearan con los dedos de sus pies provocándole serios pinchazos que le inducían movimientos reflejos ante los que el que se rebullía allí abajo no parecía conformarse protestando.

Sintió como si unos finos dientes se clavaran en su dedo gordo del pie derecho.

Decidido a terminar con esta situación tanteó cuidadosamente con el otro pie en la oscura calidez de la cama a la vez que levantaba la ropa.

¡Allí estaba, era un cachorro de tigre!, aprovechó ahora que lo veía para darle una patada no muy fuerte, con su pie libre, en la cabeza, obteniendo por respuesta un rugido de amenazadora advertencia de la madre que se encontraba a su lado. Le miraba fijamente, la dureza de sus felinos ojos se le clavó en el ánimo y aun así y todo, como pudo fue retirando ambos pies del alcance del cachorro. Se replegaba despacio hacia atrás ante el enfado cada vez más ostensible y amenazador de la madre que parecía desaprobar que privara a su retoño del entretenimiento y mordisqueo de sus pies.

Alcanzó a colgarse de la lámpara del techo, no sabía de qué manera lo había conseguido, pero ahora los zarpazos de la madre se empeñaban en lacerarle los pies que le quedaban colgando justamente hasta el nivel en que la enfurecida hembra conseguía en sus saltos arañarle.

Miraba hacia abajo sin poder explicarse el porqué de aquella situación. ¿Cómo habían llegado esas fieras a su habitación?

Al cabo de un rato como si su dichoso sistema límbico volviera del limbo se encontró buscando por toda la habitación a tan indeseables inquilinos. Abrió un armario, allí estaba ella con su cachorro echada sobre un revoltijo de chaquetas y camisas y abrigos y ropas variadas. Con un rugido pareció decirle: ¡Déjame en paz, cierra la puerta…!

Al día siguiente concertó una visita con su médico de cabecera para hablarle de lo sucedido la noche anterior.

Tras escucharle atentamente le dijo:

˗˗Déjeme ver sus pies, ˗˗hum, observó el médico˗˗

˗˗Tiene usted una infección por hongos en la uña, le recomiendo que use el preparado que le voy a recetar, y sea constante con él durante un año cada cuarenta y ocho horas. En caso de no notar mejoría vuelva a verme.

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