Truman

«…Truman era el gato del vecino, con el que era difícil hacer amistad. Truman era un gato serio fuerte y ceniciento, no le gustaba que lo tocasen y siempre caminaba con altivez, como despreciando a quienes le miraban y a quienes querían cogerlo o hacerse amigos de él. Truman era un exitoso cazador de ratones y de gorriones, era muy silencioso y tenía unas garras aceradísimas y unos largos colmillos blanquísimos y puntiagudos.

Algunas veces cuando se liberaba de los deberes del colegio y jugaba con los otros gatos del vecindario en la larga galería, se sentía observado. Al prestar atención a su sexto sentido y levantar la cabeza, su vista se cruzaba en más de una ocasión con la mirada verde y oblicua de Truman que le observaba desde un alero cercano.

En las ocasiones en que lo llamaba, Truman siempre se daba media vuelta como minusvalorando su oferta de amistad y levantando su cola muy alta, le mostraba el desprecio de su culo apretado y oscuro.

Era difícil saber lo que pensaba Truman, pero no cabía duda de que sería un buen aliado para explorar la falsa, para adentrarse en su vientre profundo y tenebroso.

Tendría que pensar en algo para ganarse su amistad y sobretodo que le obedeciera, que atendiese a sus llamadas como los otros gatos, pero Truman no, éste no se dejaba sobornar por el ofrecimiento de chucherías o de migas de pan con las que Arturo había intentado alguna vez vencer su altivez y su independencia…»

«…La tormenta rasgaba con sus rayos las grises nubes del norte acercándose con rapidez. En la vega lejana adivinada por encima de los tejados de las casas vecinas, comenzaba el vendaval, mezclado seguramente con agua, a azotar y a zarandear los cañaverales y las tiernas ramas de los manzanos, de los cerezos, y de las higueras. Los álamos de la orilla del río doblegaban sus altivas cabezas ante la fuerza del viento, cuando gruesas gotas comenzaron a estrellarse contra los baldosines rojos de la galería exterior.

El repiqueteo del granizo sobre las tejas le impidió de momento advertir, ensimismado como estaba en sus últimos descubrimientos en torno al Ser de la Falsa, que un maullido y unas garras arañaban la parte baja de la puerta de la galería. Abriendo con rápida decisión se le presentó ante sus pies un mojado y humillado Truman que no dudó en pasar al interior sacudiéndose las gotas del lomo. Una vez que terminó de acicalarse peinándose el pelo por encima de las orejas y después de atusarse los finos bigotes, sentado sobre sus cuartos traseros dirigió la mirada hacia él de modo que parecía demostrarle agradecimiento.

Parecía como si le considerase superior. Hasta el día de antes Truman siempre había despreciado con altivez sus intentos por congraciarse con él. Algo había cambiado, algo había cambiado desde su última experiencia allá arriba que hacía que Truman lo reconociese ahora como su jefe, eso en el lenguaje secreto de los gatos.

Tras un diálogo sordo de miradas y de advertencias que le hizo en voz alta, aunque no sabía si Truman le estaba entendiendo, la atenta erección de orejas del gato le daba a entender que sí, con lo que dio por acabado el concilio y a punto estaba de abrir la puerta de la escalera para que se fuera a su casa, cuando bostezó ostentosamente dejando ver sus agudos colmillos.

¿Tendría hambre? Se dirigió hasta la cocina en donde cogió un trozo de pan que alargó a Truman, éste lo miró con cierto desinterés ladeando la cabeza. Un poco molesto por su indiferencia, se lo echó al suelo de donde, al poco con remilgado gesto, lo recogió masticándolo poco a poco, batallando sus colmillos, hechos para desgarrar, con la blandura de un pan civilizado y ganado con sudor ajeno.

Después de abrirle la puerta para que se fuera, escuchó al rato los maullidos ladinos de Truman ante la puerta de su dueño para que le permitieran entrar…»

Estas divertidas descripciones pertenecen a Los siete escalones de Antonio P. Bueno. Para leer más de esta novela ver: https://amzn.to/2D0qux9

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