Moderación

He estado leyendo unas cosas de Séneca —nuestro cordobés más universal—, sobre la ira, que es un diálogo dedicado a su hermano Novato quien le había pedido que le escribiese algo para aprender a controlarse en ese aspecto, y eso me lleva a pensar que para los tiempos que corren no es bueno saberlo todo, verlo todo y oírlo todo. Es como si para no cabrearnos, debiéramos dejar que algunas cosas pasasen inadvertidas, pareciendo así la mejor medicina, o la mejor predisposición a fin de no convertirnos en iracundos contestadores y opinadores a diestra y siniestra.

Y es, por lo que se puede constatar, que no estaría demás esa saludable opción, o al menos a raíz de lo que se advierte en cuanto uno lee los periódicos, mira la televisión, o se da una vuelta por las redes sociales nunca mejor dicho, redes, que te pescan—. Pero somos curiosos por naturaleza y sobre todo sociales, razón por la que es muy difícil desentendernos de bajar a la arena, o embarrarnos, o estar dispuestos en casi cualquier momento a entrar al trapo de tantas y tantas opiniones —en muchas ocasiones ruido de gallinero—, cayendo irremediablemente en el lugar del que puede ser difícil escapar sin perder alguna pluma o sin dejarnos algún pelo en la gatera, hablando de felinos.

Así pues, abogo por un canto a la moderación, no tanto como aquella anécdota que, según Séneca, se cuenta de Sócrates que, al recibir un golpe en la cabeza, decidió contestar de manera comedida: Es cosa molesta ignorar cuando se debe salir con casco”.

¿Se puede ser más elegante? A Sócrates no le importó como le habían injuriado, lo importante de su lección fue, cómo recibió la injuria.

O esta otra historia contada por nuestro admirable cordobés que no tiene desperdicio:

Pisistrato, tirano de Atenas, había invitado a varios comensales a un banquete, y uno de ellos dominado por el vino, comenzó a gritar e insultar a su anfitrión a causa de su crueldad. Los amigos del tirano, complacientes y dispuestos a ayudarle, le incitaban a la venganza; pero él, soportando las injurias contestó tranquilamente a los provocadores:

“No estoy más molesto que si alguien hubiese tropezado conmigo llevando los ojos vendados”

¿Qué podemos pensar de esto?

Nos contó también Séneca que, Demócares, orador y político ateniense famoso por su lenguaje imprudente y excesivo, en una ocasión fue enviado junto con otros atenienses en misión diplomática ante Filipo IV de Macedonia. El rey tras recibirles, les preguntó qué podría hacer para que fuese grato a los atenienses, y Demócares contestó: “Ahorcarte”.

Estalló la indignación en la corte tras escuchar semejante contestación, pero Filipo, calmándoles, mandó que se dejase marchar a aquel hombre insolente sano y salvo, y a los otros legados les envió a su ciudad con el encargo de que dijeran a los atenienses que son mucho más soberbios los que tales cosas dicen que los que las oyen sin castigarlas.

No me resisto a contar otra historia dentro de esta asamblea de la moderación —que también nos transmitió Séneca—, o al menos, de él creo que nos ha llegado hasta nuestros días.

Antígono el Tuerto, que acompañó a Alejandro Magno en cuanto a la conquista de su imperio, se dice de este general, que un día unos soldados apoyados en su tienda, murmuraban de él y con mucha maledicencia. Antígono que lo había oído todo porque solo le separaba de los murmuradores la lona de la tienda, moviéndola ligeramente, les dijo:

“Retiraos más lejos, no sea que os oiga Antígono”

Estos son algunos ejemplos de las virtudes de moderación de los antiguos que hemos olvidado.

Tengo que decir en contra de la moderación propuesta hasta aquí y en honor a la verdad, que este mismo Antígono el Tuerto condenó a muerte a Teócrito el filósofo por haberle comparado con un cíclope, lo que ya no sé, si la sentencia se cumplió, o fue indultado que tampoco hubiera estado por demás.

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