Piteas

Piteas. Sobre el Océano

Massalia había sido fundada por los griegos de la Fócida. Intrépidos marinos que descubrieron mares viniendo en su viaje desde la lejana tierra situada entre Eolia y Jonia. Aprendices del golfo de Esmirna, avezados en los convulsos mares sometidos a todos los vientos de Asia y África.

Los focios, nietos de los colonizadores de la ciudad de las focas, los hijos de éstos que descubrieron otras tierras al extremo del mundo como el remoto país de Tartesos.

Piteas el massaliota, su más famoso viajero, dos mil quinientos años atrás en el tiempo llegó a los mares del Norte, pero ¡ay! su relación cayó en el olvido.

El extraordinario astrónomo y viajero que un día partió para convencer a sus contemporáneos de Massalia y de toda la extensa Iberia, y de los marinos de los lejanos puertos de Naucratis o de Lámpsaco, o de los de Alalia o Antípolis, que quedaron boquiabiertos cuando al volver de las regiones boreales les demostró su sabiduría hablándoles de latitudes y longitudes. ¡Ay si hubiera tenido un sextante! como dos mil cien años después utilizaron otros exploradores árticos.

La Tierra es esférica anunciaba Piteas, que soñaba con recorrer el mundo. ¡Está loco! se reían sus conciudadanos cuando les relataba que más allá del mundo habitado no existía el caos y la tiniebla, si no otras tierras. Todos reían porque Piteas era pobre y, nunca podría demostrar lo que anunciaba, pero la misma convicción y el mismo tesón que tenía para argumentar y defender sus ideas, lo planteó ante el Consejo de los Seiscientos que regía el destino de Massalia, despertando su afán comercial y la seguridad de enriquecer a la ciudad.

¡El ámbar y el estaño, yo me comprometo a traerlo de los mares del Norte!

Traspasaría con esta finalidad las Columnas de Hércules y navegaría más allá de las islas Cassitérides tras mercadear el estaño. En las mismas riberas del Báltico traficó con sus habitantes la preciosa resina fósil.

Un inesperado día arribó de nuevo a Massalia en la misma esbelta nave cargada de mercancías, dotada con cincuenta remos y cien remeros, arbolada con un palo y los escasos marinos servidores. Volvió casi a escondidas huyendo de las agresivas naves cartaginesas.

Volvió también una vez y otras para constatar que la brumosa tierra de Albión era una isla. Encontró la tierra de donde salía el oro nórdico y de nuevo la tierra del ámbar. Tras seis días de navegación por el mar del Norte descubrió la tierra de Thule, las islas que los romanos nombrarían cientos de años después como Aemodae y Acmodae, las Shetland. A un día de navegación se hallaba Cronium, el mar helado

Navegó más al Norte, hasta las latitudes y tierras en las que, «los bárbaros le indicaron el lugar en que el Sol iba a descansar». Comprobó que las noches eran más cortas en unos lugares que en otros, dos o tres horas más, también visitó lugares en los que el Sol se levanta poco después de haberse ocultado, había atravesado el Circulo Polar sin saberlo.

Decidido siguió hacia el norte hasta ser detenido por el mar helado. En su viaje de regreso escribió admirado, acerca del pulmón del mar, algo en donde se mezclaban el aire el agua y la tierra. El pulmón que era el hielo marino en forma de témpanos de agua pura, erosionados por la acción del mar, apareciendo fantasmales a la deriva entre la espesa bruma. Perdidos pulmones en en el pretérito más que perfecto como los escritos de Piteas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Carrito de compra
Scroll al inicio