Scriptorium

… El infierno de Dante tiene forma de embudo, con la punta hacia abajo quedando en consecuencia por debajo del mar; habréis de decidir el camino a tomar y elegir sabiamente una de las tres vías que se presentan a todo neófito, la del Infierno, la del Purgatorio, o la del Paraíso; no creáis que al elegir la del Paraíso hallaréis el fácil camino, muchos serán los que sucumban a causa de la estrechez y dificultad del mismo, en donde acechan las fieras del pecado y la vanidad, pero en caso de que alguno decida tomar la vía del Infierno sabed que todo será más fácil porque creeréis seguir el sentido de la razón, el de la terza rima, pero esto solo conduce a los nueve círculos más el anteinfierno, tras pasar el cual hallaréis a los ignavi ante el palacio del Lucifer de las tres cabezas cuyas bocas repletas de afilados colmillos mordisquean eternamente a Judas, hallaréis mientras este grita de dolor el bosque de los suicidas, el desierto con lluvias de fuego y las llanuras heladas de los traidores. Escasos serán quienes regresen victoriosos de esta vía si no se hacen acompañar de la guía adecuada…

Así hablaba el maestro a sus alumnos aquella tarde lluviosa de un otoño de 1542 en la estancia más elevada de la torre más alejada de la muralla exterior de la abadía benedictina de San Froilán de Hanogburg, cuando fue interrumpido por el retumbar

profundo de unas nubes cada vez más sombrías. Los hachones colgados en los pétreos y húmedos muros de la sala, oscilaron por la súbita corriente que había entrado a través de las saeteras más altas. Sobre los antiguos scriptorium, se agazapaban las capuchas de los albornoces de los neófitos alumnos, que se aplicaban escuchando y tomando breves notas mentales para poner cuestiones a su maestro más tarde durante el posible paseo a través del claustro una vez que la campana llamase a vísperas. Las velas chisporrotearon indecisas sobre lágrimas de cera antiguas, dejando ver casi toda la negrura del pábilo, amenazando con apagarse; nadie se movió, ni manifestó temor alguno.

Una vez pasado el trueno, se pudo comprobar que el maestro no había dejado de impartir su lección.

… A quienes comiencen por la montaña del Purgatorio de cumbre plana y escalonadas laderas, podrán ser absorbidos por la furia y la corrosión del infierno, las lluvias del azufre, y del llanto y rechinar de dientes de los traidores por lo perdido, pero yo os digo, que todo y todos habéis de pasar por la luz, habréis de encontrar la luz, pues, todas las cosas tienen una luz en sí mismas, y cada luz resplandece sobre su procedencia y sin esa luz deífica no se podrá nombrar siquiera ninguno de los misterios de la trilogía de la divinidad y del camino elegido…

Arreciaron afuera las gotas, como un retumbar de tambores lejanos, al principio como un son, como un redoble que al oírlo estremecía, como si fueran soldados marchando, entre destellos esta vez, que apagados de momento de sonido, se colaban por las aspilleras. Se atrevieron a mirarse unos a otros, los más medrosos sintieron un escalofrío desde los desnudos pies que ahora se apoyaban sobre las frías losas, hasta lo más profundo de su ser hambriento y escuálido. Apoyados en las paredes, se encabalgaban unos a otros, los anaqueles con antiguos rollos de pergaminos, y de códices encuadernados en pieles de cordero, protegidos por cortinas de cuero negro ya, por el paso del tiempo y polvo; sobre las mesas de trabajo, cantidades de morteros, redomas, cajas taraceadas, algunas con signos árabes o aleyas del Corán, otras en caracteres latinos, gruesos haces de cálamos guardados en frascos de cristal, almireces, aludeles, cucúrbitas, cinabrio, cobre, tinteros, tras unos lienzos oscuros algunos espejos, escorias recogidas en ceniceros, cajas de azafrán, magnetita, mármol tres enormes atriles de madera sobre los que descansaban descomunales códices encuadernados con piel de buey, o de asno, planchas damasquinadas de chapa redoblada, en las que se señalaban signos cabalísticos; a ambos lados de los alumnos y a todo lo largo de la habitación, corrían las cajonerías; sobre otras mesas de trabajo, se multiplicaban mecheros, hornillos, ataifores de Damasco, copas de Oriente, lámparas apagadas, candeleros, pebeteros; en los extremos y a ambos lados de la tarima desde la que impartía su lección el maestro, se apilaban arcones, cofres, y bolsas de piel, llenas de un desconocido contenido, también y cuidadosamente protegidos, unos oscuros frascos que contenían licor de mumia.

El murmullo era ahora atronador, y el maestro ajeno a todo lo que le rodeaba, continuaba en su práctica, desgranando la lección, ajeno a todo lo que ocurriera a su alrededor; frases inconexas llegaban hasta los discípulos en las inflexiones de su voz que a veces se elevaba por encima del estruendo que azotaba a la tierra y a los muros exteriores de la abadía.

… Sin embargo, también hallaréis muchas cosas malas, insanas y venenosas en la vía del Paraíso que después de que se han corrompido en sí mismas pierden toda su maldad. Por consiguiente, estad atentos a la generación de las cosas tras su putrefacción…

Scriptorium 1, Misterio, en libros y novelas, www.librosynovelas.es
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Recelosos, los expectantes oyentes fueron agrupándose en un cerco en torno al maestro, no tanto por conseguir escuchar mejor la lección, como por el temor que les infundía la semipenumbra que había comenzado a adueñarse de la estancia después de haberse apagado algunos hachones y algunas velas.

El resplandor de un horno situado a la derecha del dómine, arrancaba lo más duro de sus facciones alumbradas en un contrapicado casi diabólico, con los tonos del realgar que como espuma rojiza sobrenadaba en la superficie de un líquido pernicioso, destilado de un cuerpo humano días atrás retirado de una horca, al que ya en el momento de su descendimiento, las aves carroñeras habían dejado casi en los huesos.

… La materia misma de este Arte de la Edad de Oro es, mientras que permanezca en negro, o en su propia putrefacción, recordad siempre el color negro, el negro que es el primero de la Obra, y no olvidéis que el calor del vientre del caballo es el primer fuego necesario y hallado en los bordes del primer círculo para…

Sobre su cabeza, se movían inquietas unas salamandras en sus jaulas de madera, según decían los antiguos, las salamandras podían vivir en el fuego, sin ser consumidas por él, porque habían sido concebidas en este; estas miraban fijamente con ojos verticales a la temerosa grey que se arremolinaba buscando la protección del orador que seguía incólume su disertación en medio de la tormenta que estallaba con más fuerza en el exterior.

… Además de fieras y agrestes onzas, también hallaréis muchos monstruos entre los animales, recordad al basilisco, quizás el monstruo entre todos los monstruos, sabed que puede matar a un hombre con su mirada, a veces solo con su aparición, su mirada proyecta un veneno más poderos que todos los venenos, su mirada en un espejo, lo agrieta…

Los miró por unos instantes congregados a su entorno, meneando tristemente la cabeza venerable, y con voz pesada sin apenas levantarla musitó palabras inconexas que hablaban de muerte, de peligro, de tormentas crueles, y de desastres predeterminados desde el principio de los tiempos.

Aprestaban el oído, sin conseguir descifrar a qué nuevos desastres se enfrentaban, ni a qué peligros y muertes estaban destinados, debajo de algún nombre preeminente que les sirviera de pretexto, cuando el furor de una fina espada rasgó de parte a parte ante sus ojos con el fulgor de mil rayos proyectados desde alguna lejana estrella, los gruesos muros de la torre hendiéndola en su totalidad con una furia belicosa y sonora que llegaba del sublime universo.

Pasados unos momentos incontables, sin medida ni baremo, en medio de la noche, y el silencio que ahora lo envolvía todo, con voz temblorosa, se oyó al maestro decir. … Es el Nostoch que ha purificado la tierra…

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